jueves, 12 de julio de 2007

¡A bailar que es domingo!

Son aproximadamente las 6 p.m. de un domingo cualquiera. En la entrada del California Dancing Club se escucha la música del primer grupo, no se distingue muy bien lo que tocan pero el ritmo es de una cumbia. La marquesina deteriorada resalta, por dentro hay un pasillo con el piso de color rojo carmesí que conduce hasta la taquilla. En los muros de esa antesala hay fotografías de la dueña recibiendo reconocimientos, con artistas o de celebres personalidades que se han dado cita para mostrar su mejores pasos en el inmueble ubicado en Calzada de Tlalpan 1189.

Una vez desembolsados los 75 pesos “sin excepciones mujeres y hombres pagan igual”, las puertas del “Califas” le dan la bienvenida a la gente. Tal como se ve en televisión, el lugar es grande, el escenario al fondo se levanta mas o menos un metro sobre la pista de baile, las columnas del lado izquierdo son a la vez asientos, y un pequeño escalón separa el lugar de baile con el de la mesas y las sillas impresas con el logotipo de corona en el respaldo.

Son ya las 7:00 p.m. y aún no hay mucha gente. Algunos de los que van llegando se saludan entre ellos, como si salir a bailar en domingo fuera ya algo de costumbre. De entre es banda de asiduos se distingue una señora (o será que quizá sólo a mi me llamó la atención): Zapatos negros de tacón alto, la blusa roja con un escote pronunciado y falda negra con una abertura que no deja mucho a la imaginación (bueno prácticamente nada). Tal vez en su mente la combinación aún le siente bien a pesar de sus cincuenta y tantos años.

Después de saludar a sus dos amigas se acomoda entre ellas en el pilar del centro y se entretiene viendo la pista. En ese momento pocas son las parejas que bailan y el grupo que toca ya es el segundo de la noche “Los deseados”, que se mueven y brincan al ritmo de su propia cumbia. Las tres mujeres, junto con otras cuantas, se mueven al ritmo de la música mientras esperan al valiente que se anime a invitarlas a bailar.

Las mesas están desiertas, excepto por un grupo de estudiantes y un par de “galanes” tratando de impresionar “muchachonas”, la gente que no baila está sentada en el borde de la pista, talvez sea porque cobran 20 pesos por mesa con cuatro sillas y los meseros no son tan amables o talvez porque la oportunidad e bailar se incrementa estando más “a la vista”.

Los caballeros o galanes de vecindad que buscan hacer la conquista de la noche, se dan el lujo de ser selectivos, sacan a bailar a diestra y siniestra a las “elegantes damiselas” al tiempo que se echan una o más cervezas.

Conforme la noche avanza el baile aumenta aunque el salón esta lejos de llenarse. En la pista, los ágiles pasos de unos contrastan con los torpes movimientos de otros, pero todos disfrutan del ambiente y de la cumbia.

Sin embargo, ha llegado el momento de que “Los deseados” se despidan, en el inter se recurre al practico CD para que la gente no pierda las ganas de bailar. Por fin el grupo esta listo, “Los Escorpiones de Durango” le darán un giro a la noche con música de banda.

En la pista hacen su aparición tres “sombrerudos” que hacen gala de sus pasos de quebradita, de la mesa de los muchachos despistados se escucha la pregunta “¿y esos de donde salieron?”, mientras que las chavas tratan de librarse del molesto borracho que ya ha sacado a bailar a más de una.

Ya son casi las 9 p.m., unos cuantos han ligado y se alejan a los oscuros rincones del salón para tener más privacidad, otros tantos ya se han ido, algunas pobres mujeres aún sin poder bailar con un caballero (o en su defeco con algún hombre) y a un pobre bobo que ya tenia una muchacha asegurada y quiso buscarse una mejor lo han botado las dos y esta solo en su mesa de 20 pesos.

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